jueves, 21 de junio de 2007

TranSantiago y los 290 millones



UNA FRUTA
MEDIO PASADITA


Cierto saborcito queda en el ambiente como de triunfo. Como si el destinar 290 millones de dólares para solucionar los problemas generados por el nuevo sistema de transporte capitalino fuera todo un logro, cuando, en realidad, es un cerro de plata que, si las cosas se hubiesen hecho como corresponde, serviría para que, por ejemplo, el ministro de hacienda, Andrés Velasco, no se coñeteara por subir el sueldo mínimo en una luquita más, y lo dejara en 145 mil pesos. O sea, casi tres pasajes de micro más.

Como señaló el diputado PPD, René Alinco, “290 millones de dólares para los magnates de TranSantiago; mil pesos para los trabajadores de Chile”.

Los noticieros nacionales y otros programas acertaron en captar claramente todos los hilos movidos por las coaliciones políticas que tienen secuestrado el Congreso en pos de sacar algún beneficio de este hecho que, a todas luces, logró imponerse como una votación comunicacional mucho más que política.

De más está decir que el destinar la cuantiosa suma de dinero era un a necesidad a la que no se podía escapar. Son demasiados los errores políticos y las fallas técnicas del sistema como para pretender que las cosas sigan funcionando como hasta ahora. Todo tiene un límite. Pero hacer de este plexo una batalla campal por aparecer como la reserva político-moral del país… eso es mucho.

¿Hay algún argumento de peso para que la derecha se oponga a reparar un embrollo que afecta, aproximadamente, a cinco millones de Chilenos?. Ciertamente, no. Sin embargo, tampoco el tema da como para que la socialdemocracia lo enfrente como una cruzada por la justicia social, siendo que se trata sólo de enmendar un embrollo que ellos mismos causaron.

Y, claro, hay cosas que caen por su propio peso. A cada discusión burda hay una salida tan o más ridícula como decir que bastó que un parlamentario de la Alianza y uno de la Concertación -Carlos Bianchi (Independiente por RN) y Adolfo Zaldívar (DC), respectivamente- votaran en contra de su coalición para que el proyecto retornara a la Cámara listo para ser promulgado.

¿Se trata, acaso, de hacer de las decisiones políticas una vitrina para vociferar y criticar al oponente? (en sentido bastante figurado, pues tantas diferencias no hay). No, por supuesto, hace falta un componente para que esta afirmación sea de alguna utilidad: Los nunca bien ponderados medios de comunicación, a través de los cuales se construye una imagen bastante distorsionada de lo que en realidad pesan muchos temas.

¿De qué valen la rebeldía de Zaldívar, el reclamo de Jovino Novoa en contra del lobby (sí, leyó bien), la acalorada y ofendida respuesta de Lagos Weber, la envestidura caballeresca de Bachelet, cuando todos sabían que la iniciativa se aprobaría?

Cuando una fruta se cae de madura suele haber cumplido su ciclo, o sea, está medio pasadita como para seguir colgando del árbol.

jueves, 14 de junio de 2007

Los medios en el reporteo pingüino




¿QUIÉN SE COME LAS PIEZAS DEL ROMPECABEZAS?


(Foto de www.whale.to)



Buscando información sobre la jornada de paro convocada por los estudiantes secundarios para el jueves catorce de junio, uno puede llegar a aburrirse. La iniciativa pingüina de llamar la atención de las autoridades, sin siquiera convocar a movilizaciones en la vía pública, no tuvo mucho asidero en nuestra vilipendiada prensa nacional.

Es de esperar que, ya que la Bolocco de los pobres, la “sita” Coté López, dilucidó el misterio comunicacional de los últimos días, los queridos reporteros puedan dormir más tranquilos y dedicarle tiempo a temas que, aunque siendo al parecer de segundo orden, igualmente afectan la vida de los mortales ya hartos de las teleseries maqueteadas de las modelos que se humedecen insistentemente los labios al hablar en un intento de sofisticación. Claro está, eso no les basta.

Desde hace unas dos semanas los estudiantes han hecho notar sus intentos por evitar que el nivel de organización alcanzado durante las movilizaciones pasadas no se diluya en el ambiente de esta cuidad contaminada. Algunos rostros han variado; siguen discutiendo en sus asambleas periódicas de las cuales emanan propuestas; y por más que intenten darle altura al debate, los medios de masas chilenos insisten en bajarle el pelo a la discusión o, simplemente, los ignoran.

Este año la cuestión gira en torno a tópicos como el de la municipalización de la educación y el mejoramiento de la gestión administrativa del gobierno, la crítica frente al proyecto de ley enviado al Congreso, la nueva ley penal adolescente, entre otros. No están pegados ni piensan estarlo. Saben perfectamente que el tiempo apremia. Es la prisa por vivir la edad y la urgencia por un mundo mejor.

Pese a todos los intentos, ya hay compromisos pactados. El precio por pesar en esta sociedad lo que los medios masivos de comunicación pesan es no cuestionar las bases que sustentan este modelo. Desde sus directivos hasta el reportero, la trama se teje tupida, describiendo un sistema medial que paga el alto costo de transar o suprimir sus valores e inhibir la inteligencia de sus trabajadores en pos de reverenciar el valor del dinero.

Es más importante golpear, en el sentido directo de la palabra, la mente de las personas con contenidos y semicontenidos cuyas luces se diluyen en un parpadeo. Si eso impacta y hace vender todos los ejemplares, encender todas las radios y televisores… y visitar páginas… y derivar en la venta de productos determinados… y votar por “X” sujeto… todo anda bien.

La operación esta vez es simple y no varía de lo que ya se ha visto. Se trata de hacer parecer frente a la opinión pública que las demandas de los estudiantes son injustificadas y que responden a la actitud infantil propia de su edad. Casi una pataleta. Algo que no merece darle más vueltas al asunto.

La Real Academia de la Lengua Española (por si no bastara la palabra de esta simple periodista) define el término “estigmatizar” como la acción de “marcar a alguien con hierro candente”, “imprimir a alguien milagrosamente las llagas de Cristo”, “afrentar o infamar”. En otras palabras, señalar a alguien en términos negativos o difamatorios, con lo que se obtiene una resultado tan fácil como burdo: Todo lo que el susodicho haga o diga carece de validez.

Y aunque María Jesús Sanhueza explicara claramente y repitiera hasta la saciedad a Fernando Paulsen (Chilevisión) que “no se trata sólo de una cuestión económica, pues hay países latinoamericanos mucho más pobres que Chile, pero con una calidad en la educación muy superior”, el periodista insistía en preguntar por qué los muchachos no se conforman con los recursos inyectados.

“El cambio debe ir acompañado de reformas administrativas y de metodologías de aprendizaje”, señaló ex dirigenta estudiantil recientemente expulsada del liceo municipalizado Benjamín Vicuña Mackenna. “Nosotros tenemos propuestas frente a esos temas, pero nunca han sido tomadas en cuenta”, agregó.

Que las autoridades hagan vista gorda de esas conclusiones estudiantiles puede parecer, incluso, lógico. Pero que los medios de comunicación omitan información tan gravitante correspondiente a una de las partes en conflicto, resulta casi grosero.

Ni hablar de la libertad de expresión o el derecho a la información. Para qué meterse en un tema tan pantanoso cuando lo central es comprender el motivo que hace a los medios y los periodistas comportarse en esa forma, además de identificar ciertos mecanismos para la omisión o falta a la verdad (ojo, que no dice mentira). ¿Simplificación para hacer de lo complejo algo más comprensible? Me reservo el derecho a la duda.