CUESTA ARRIBA... DULCE Y AGRAZ
Cuando me di cuenta que agosto se había ido ya era el segundo día del mes siguiente. Algún augurio –quise pensar- pero para mi el nuevo mes comenzaba de prisa, corriendo cerro arriba en búsqueda de nada. Correr, simplemente correr.
Septiembre siempre es una promesa. Pero la idea de que algo bueno ha de suceder convive con las yagas lacerantes que punzan de forma constante los deseos de cambiar el rumbo y, gracias algún extraño tipo de yuxtaposición idearia, nos hemos acostumbrado a esta contradictoria ambivalencia.
Es el mes de la ebullición. Es el lapso de tiempo del año en que nos permitimos respirar agradecidos por pasar agosto; ilusionarnos con la llegada de la primavera; chorrear alegría con las fiestas de la patria… Pero en todo ese transcurso hay en nuestra mente un pensamiento sombrío. Vivenciada o no, la fecha en que a nuestro país se le arrebató de golpe la democracia sigue siendo parte del calendario colectivo.
Algunos la festejan, mientras otros la conmemoran dolorosamente. Los más, hay que decirlo, lamentan lo sucedido, rechazan la crueldad que conllevó la dictadura que se inicio ese día, pero no están dispuestos a abrirle en sus vidas un espacio a esa reflexión. ¿Por qué? Bueno, porque el buen augurio que promete hacerse carne apenas asoma septiembre tiene como única condición el no detenerse a pensar en el porqué de seguir corriendo.
Aunque sabemos que muchos de los anhelos no han de cumplirse, es preferible seguir creyendo. Por eso se calla. Por eso no hay disposición a transar con la cruzada de borrar de nuestro presente las raíces que lo sostienen, como queriendo dejar en claro que para gozar de las bondades que hoy rebozan (para algunos), el golpe militar que fracturó la mandíbula batiente de Chile era una necesidad ineludible cuyo precio actual es el silencio.
Y tal vez por ello las manifestaciones sean aisladas y efervescentes. Prohibidas. Violentas, desde lo físico y desde lo ideológico. Mientras hay quienes prefieren expresar su rabia rompiendo los espejos distorsionantes y encandiladores de la ciudad, señalando que la fecha en cuestión marca el inicio de un proceso y un hoy que rechazan; hay quienes se atreven a festejar un hecho que no sólo terminó con ilusiones, sino que también con vidas.
Todo logra convivir sin mayor esfuerzo y el noveno mes del año es el espacio en que se hace más evidente debido a las múltiples sensaciones que se mezclan en un corto tiempo. El mes comienza con optimismo, para pasar a un luto íntimo y silencioso, y seguir con el frenesí desbordante de las festividades nacionales y, luego, la primavera.
En los noticieros, como siempre, se dice que es uno de los onces de septiembre más calmos del último tiempo. No es cierto, porque para conseguir esa aparente calma ha sido necesario cernir sobre los mortales chilenos una constante contradicción interna, la angustia de saber que algo no anda bien, pero que es mejor no prestar atención. “Es lo que hay”, dicen por ahí. Y eso, no es precisamente calma.