lunes, 6 de agosto de 2007

Mujeres: Discriminación positiva en la política


CUANDO UN REMEDIO
NO ALIVIA LA DOLENCIA...



(Del pintor argentino Oscar Poliotto)



En comparación, los hombres ganan más que las mujeres, ostentan mayor cantidad de cargos de poder, entre otros hechos que los hacen ser llamados socialmente como el “sexo fuerte”, aunque ni la sociedad misma esté tan segura de dicha denominación.

No es nuevo el reclamo por mayor equidad en lo que a género se refiere, ni es novedad la idea de los gobiernos por promover una mejor integración entre hombres y mujeres a través de la implementación de políticas públicas. Lo que resulta destellante es el anuncio de la Presidenta de la República (hay que enfatizar SU RANGO en este caso) de enviar en septiembre un proyecto de ley que modificará la Ley de votaciones populares y escrutinios, supuestamente, a favor de lo que se viene hablando.

La idea es simple: Destinar un mayor aporte financiero a las mujeres candidatas para incentivar la inclusión de féminas en las listas de los partidos políticos. Más que simple, el concepto es raso… chato.

El que haya más nombres femeninos en los listados de los sufragios no implica, necesariamente, que un toque mágico haga cambiar en la mente de los electores su intención y efecto de voto. Me gustaría saber si cambiaría la historia y en las mesas de mujeres en San Fernando, mi ciudad natal y lugar de votación, dejarán de ganar los hombres medianamente jóvenes y de derecha.

La discriminación positiva, denominación con que se conoce a la aplicación de políticas púbicas que van en socorro de sectores de la sociedad que son o han sido vulnerados por la misma, es una especie de indemnización social, una práctica que pretende compensar e integrar. Pese a las buenas intenciones, la ecuación no es tan fácil de aplicar, mucho menos en la política.

Más allá de si es él o ella, una autoridad de representación popular es una persona que tiene la responsabilidad de significar el poder y llevar a cabo la voluntad de la ciudadanía. En este contexto, cae de cajón que mayor cantidad de mujeres en el parlamento y municipios no redunda en mayor representatividad ni calidad de la política, aunque sí en una convivencia más sana, pero ojo, no más justa ni democrática.

Más estridente resulta cuando Bachelet agrega que, es más, se castigará económicamente a los conglomerados que disminuyan en sus listados el número de mujeres inscritas.

Hay que volver unas líneas atrás. La convivencia se hace mejor y más real cuando los ambientes se integran por cifras parecidas de machos y hembras. La realidad queda mejor reflejada, es cierto, y se promueven ambientes con mayor diversidad de opiniones. Sin embargo, ¿Significa ello que habrá una mejor calidad y pluralidad en el debate en todos los temas?, ¿Necesariamente, la inclusión con pie forzado de las mujeres implica avance en los temas en que aún existen injusticias sociales que van más allá de la disquisición de sexos?

En los espacios políticos se hace necesaria la inclusión de mayores miradas generales sobre la realidad y la mujer representa sólo una de dichas voces. Pero no hay que olvidar que, si se reflexiona sólo un poco, la idea de discriminar positivamente debe incubar otra: Conseguir que no sean necesarios ciertos fórceps para el alumbramiento de la democracia.

No hay comentarios: