INTERCAMBIO DE ESPOSAS Y LA HUELLA DEL DINOSAURIO
("Las señotitas de Avignon", Pablo Picasso)
Aunque resulte un tantito a destiempo, no fue posible dejar pasar el sentimiento de tragedia y comedia que se produce con ciertas apuestas televisivas. A las cabezas pensantes podría habérseles ocurrido cualquier cosa, pero decidieron hacer un enroque de esposas y/o madres que en realidad dejó gusto a un cambalache de nanas.
Intercambio de esposas, programa de Bicentenario en Canal 13 y conducido por Cecilia Bolocco, fue un intento muy poco feliz por mostrar los cambios que se generan al interior de una familia nuclear cuando la madre se ausenta o, más bien, cuando ella es sustituida por una homóloga perteneciente a otro clan.
Una asesora del hogar contratada para desempeñar las labores domésticas es algo bien distinto a una esposa. La primera es quien vende su fuerza de trabajo, es decir, recibe remuneración por su labor; la segunda es la mujer que ha decidido formar una familia o sólo una pareja con un hombre, lo cual no la obliga a desempeñarse como su ama de llaves a tiempo completo (a no ser que ella así lo prefiera).
Aún no llego a mi conflicto interno. Aún parecen pataleos de una periodista con rasgos de feminismo no asumidos. Todavía no se logra desentrañar la raíz del reclamo, aunque sea evidente.
Lo que remueve la cazuela de antes de ayer en mi estómago es el concepto de esposa que se transmite con dicha producción que, paradojalmente, es conducida por una dama que nadie sabe si alguna vez a lavado un plato e ido a dejar a su pequeño Máximo Menem al colegio. Son las ironías de la vida que se permiten al interior de la estación católica.
Daría lo mismo si se televisara un canje entre la Cori y la Sule -grandiosas mujeres que trabajan en casa de dos de mis hermanas- pues lo que se muestra en pantalla corresponde a una visión de esposa que la relega a las paredes del hogar en tanto les concede un papel preponderante en el plano afectivo, sobre todo de los hijos.
¿Alguien se ha puesto a pensar en el derecho a la ternura que les ha sido arrebatado a los hombres? ¿Quién decreta que las féminas deban inmolarse por la esfera privada del hogar, en tanto que los hombres lo hacen por la pública? El tiempo en que el macho era sólo proveedor material y la hembra únicamente sostenedora afectiva quedó bajo los zapatos de las mujeres que revolvieron el gallinero social chileno a inicios del siglo XX, en lo que suele llamarse “Emancipación femenina”.
En la actualidad, lo deshumanizado del sistema social obliga a ambos sexos y géneros a someterse a extenuantes jornadas de trabajo que no suelen ser remuneradas con justeza. De allí que sea peligroso y poco consistente intentar reflejar a las chilenas en estereotipos que el tiempo se ha encargado de derribar.
Ella no es sólo ama de casa ni él es sólo soporte económico. No sólo ha cambiado el agua, sino también el vaso que la contiene. Intercambio de esposas sirvió para mirar cómo, aunque el apremio del día a día nos exija igualdad para sobrevivir y convivir en calma y democracia, hay muchos que siguen imitando una imagen museológica de familia que en la actualidad es casi imposible ser. Lo que no es posible soportar y callar es que haya quienes promuevan este frío y desgastado retrato cuando nos acercamos a los dos siglos de fundación nacional de un país cuyos habitantes deben resolver por la vía de los hechos aquello que los poderes mayores no son capaces de comprender.
Intercambio de esposas, programa de Bicentenario en Canal 13 y conducido por Cecilia Bolocco, fue un intento muy poco feliz por mostrar los cambios que se generan al interior de una familia nuclear cuando la madre se ausenta o, más bien, cuando ella es sustituida por una homóloga perteneciente a otro clan.
Una asesora del hogar contratada para desempeñar las labores domésticas es algo bien distinto a una esposa. La primera es quien vende su fuerza de trabajo, es decir, recibe remuneración por su labor; la segunda es la mujer que ha decidido formar una familia o sólo una pareja con un hombre, lo cual no la obliga a desempeñarse como su ama de llaves a tiempo completo (a no ser que ella así lo prefiera).
Aún no llego a mi conflicto interno. Aún parecen pataleos de una periodista con rasgos de feminismo no asumidos. Todavía no se logra desentrañar la raíz del reclamo, aunque sea evidente.
Lo que remueve la cazuela de antes de ayer en mi estómago es el concepto de esposa que se transmite con dicha producción que, paradojalmente, es conducida por una dama que nadie sabe si alguna vez a lavado un plato e ido a dejar a su pequeño Máximo Menem al colegio. Son las ironías de la vida que se permiten al interior de la estación católica.
Daría lo mismo si se televisara un canje entre la Cori y la Sule -grandiosas mujeres que trabajan en casa de dos de mis hermanas- pues lo que se muestra en pantalla corresponde a una visión de esposa que la relega a las paredes del hogar en tanto les concede un papel preponderante en el plano afectivo, sobre todo de los hijos.
¿Alguien se ha puesto a pensar en el derecho a la ternura que les ha sido arrebatado a los hombres? ¿Quién decreta que las féminas deban inmolarse por la esfera privada del hogar, en tanto que los hombres lo hacen por la pública? El tiempo en que el macho era sólo proveedor material y la hembra únicamente sostenedora afectiva quedó bajo los zapatos de las mujeres que revolvieron el gallinero social chileno a inicios del siglo XX, en lo que suele llamarse “Emancipación femenina”.
En la actualidad, lo deshumanizado del sistema social obliga a ambos sexos y géneros a someterse a extenuantes jornadas de trabajo que no suelen ser remuneradas con justeza. De allí que sea peligroso y poco consistente intentar reflejar a las chilenas en estereotipos que el tiempo se ha encargado de derribar.
Ella no es sólo ama de casa ni él es sólo soporte económico. No sólo ha cambiado el agua, sino también el vaso que la contiene. Intercambio de esposas sirvió para mirar cómo, aunque el apremio del día a día nos exija igualdad para sobrevivir y convivir en calma y democracia, hay muchos que siguen imitando una imagen museológica de familia que en la actualidad es casi imposible ser. Lo que no es posible soportar y callar es que haya quienes promuevan este frío y desgastado retrato cuando nos acercamos a los dos siglos de fundación nacional de un país cuyos habitantes deben resolver por la vía de los hechos aquello que los poderes mayores no son capaces de comprender.
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